En el estudio de la Metaética, podemos diferenciar entre dos grandes familias teóricas: el cognitivismo y el no cognitivismo. Para comprender mejor la diferencia entre las dos posturas, debemos entender qué es el contenido proposicional. Brevemente, consideremos las siguientes oraciones: (1) “La luna es el único satélite natural de la Tierra” y (2) “¡Vete de mi cuarto!”. En primer lugar, intuitivamente (1) expresa información que representa el mundo siendo de una manera y no de otra; es decir, nos dice que la Tierra tiene un único satélite natural y este es la Luna. De este modo, la propiedad expresada por la información es representacional. En contraste, notamos que la información expresada por (2) no es representacional, pues no trata de representar el mundo, sino dar una orden. En segundo lugar, Intuitivamente, (1) puede ser verdadera o falsa, pues si descubrimos que la luna es el único satélite natural de la Tierra, la oración sería verdadera. No obstante, si no fuese el único satélite natural, la oración sería falsa. En contraste, (2) no podría ser verdadera o falsa, porque no tenemos escenarios para determinar su valor de verdad. Tomando en cuenta estas ideas, llamaremos “contenido proposicional” a la información que puede ser verdadera o falsa y es representacional; de esta manera, (1) expresa un contenido proposicional y (2) no.   

Ahora que comprendemos qué es el contenido proposicional volvamos al debate cognitivismo vs no cognitivismo. Básicamente, los cognitivistas sostienen que las expresiones y pensamientos morales expresan contenidos proposicionales y los no cognitivistas niegan esta afirmación. De hecho, los últimos consideran que las expresiones y pensamientos morales no son acerca de nada, pues no representan nada, y que son, más bien, medios para establecer metas que queremos alcanzar. Por lo tanto, se podría decir que, para el no-cognitivismo, el análisis de las oraciones y pensamientos morales no se centra en su verdad o falsedad, sino en su rol motivacional. A continuación, presentaremos las posturas clásicas e ideas principales del no-cognitivismo, lo cual tendrá la siguiente estructura: primero, explicaremos el giro no-cognitivista; después, presentaremos dos posturas clásicas: el emotivismo (de Ayer y de Stevenson) y el prescriptivismo (de Hare).  

El giro no-cognitivista de Schroeder

En el libro Non Cognitivism in Ethics, Mark Schroeder explica de manera bastante clara lo que es el giro no-cognitivista en la metaética. Schroeder formula la Gran Idea para exponer el planteamiento central en las teorías del significado predominantes y en la lógica moderna, y, para explicarlo, recurre a la semántica veritativo-condicional. La semántica veritativo-condicional sostiene que el significado lingüístico de una oración O está dado por las circunstancias en las que O es verdadera (condiciones de verdad). Como podemos notar, hay una relación íntima entre las condiciones de verdad y el significado. Asimismo, una teoría cognitivista puede ser compatible con la semántica veritativo condicional, pues, como vimos, tienen contenido proposicional: es representacional y puede ser verdadero o falsa. Sin embargo, el no-cognitivismo no sería compatible, ya que sostienen que las expresiones morales no tienen contenido proposicional.

La Gran Idea consiste en que, para entender el significado de una expresión lingüística e, es condición necesaria y suficiente saber cuál es la contribución de dicha expresión a las condiciones de verdad de las oraciones en las que ocurre (Schroeder 2010: 26). Según la Gran Idea, una expresión como un nombre contribuiría semánticamente con el objeto, el predicado con la propiedad y la oración con la proposición. Asimismo, Schroeder menciona que, para aclarar el atractivo que tiene la Gran Idea, es importante enfatizar dos restricciones que toda teoría del significado adecuada debería tener: la restricción comunicativa y la composicional. La primera restricción postula que una teoría adecuada del significado debe ser útil para explicar cómo los hablantes, a partir de los significados de las expresiones, pueden lograr sus propósitos comunicativos. La segunda restricción sostiene que una teoría adecuada del significado debe explicar cómo el significado de una oración se sigue del significado de sus partes y de la manera en que estas están combinadas (2010: 27).

La semántica veritativo-condicional ha sido fructífera para comprender los significados, debido a que es muy fácil satisfacer las restricciones respecto a las expresiones no-morales (2010: 28). Si tomamos como ejemplo palabras como “verde”, “circular” o “madera”, y las colocamos en la siguiente oración (3) “La casa del alcalde de la ciudad es verde, circular y de madera”, podemos pensar que el significado de una palabra consiste en lo que refiere esa palabra y que el significado de una oración trata de lo que la haría verdadera (2010: 29). Esto se debe a que podemos saber las circunstancias en las que la oración sería verdadera o no: que la casa del alcalde de la ciudad realmente sea verde, circular y de madera. En ese sentido, esa oración tiene un valor de verdad que puede ser verificable. Asimismo, existen otras oraciones que actualmente no se pueden verificar pero que, en principio, pueden ser verdaderas o falsas: (4) “El próximo año morirán más de 30 millones de personas”. No obstante, los no cognitivistas postularán que la semántica veritativo condicional no explica correctamente las oraciones que contienen términos morales, debido a que sus contenidos no son proposicionales (de hecho, algunos dirán que las oraciones morales son sobre nada).

Los primeros filósofos no-cognitivistas, tales como Ayer y Stevenson, habrían rechazado la Gran Idea respecto a una teoría del significado. Por un lado, Ayer considera que para entender el significado de una expresión moral no es una condición necesaria saber cuál es su contribución semántica a la expresión. Por otro lado, Stevenson piensa que es necesario, pero no suficiente. A continuación explicaremos el emotivismo de Ayer y Stevenson, y el prescriptivismo de Hare.

La propuesta de Ayer

A. J. Ayer presenta una de las primeras propuestas emotivistas. Como indicamos, él considera que no es una condición necesaria para entender el significado de una expresión moral saber cuál es su contribución semántica. En otras palabras, una expresión moral en una oración no aporta nada a la descripción del mundo ni a su contenido fáctico (o proposicional). Observemos los siguientes ejemplos:

(5) Torturar personas está mal.

(6) Torturar personas

Para comenzar, Ayer sostiene que los conceptos éticos fundamentales son inanalizables, ya que no hay un criterio por el cual uno pueda probar la validez de las oraciones en las que ocurren; y la razón por la cual no se pueden analizar es que son pseudoconceptos, pues la presencia de un término ético en una proposición no agrega nada a su contenido fáctico (1936: 107). Entonces, según Ayer, sostener la oración (5) equivale a sostener la oración (6), porque el término “mal” en (5) no aporta nada al contenido proposicional de la oración. Por ello, decir (5) es como decir (6), pero declarándolo con desaprobación o con un tono de horror (Ayer 1936: 107). De este modo, (5) es una expresión no descriptiva, es decir, es una oración acerca de nada. No obstante, es de notar que cuando una persona dice (5) parece decir algo diferente de (6); y, si bien el tono de horror o la actitud de desaprobación no aportan nada al contenido, los términos éticos sirven meramente para mostrar que las oraciones en las cuales ocurren están acompañadas por ciertos sentimientos en el hablante (Ayer 1936: 107).

A diferencia del anterior ejemplo, parece que los términos no morales sí contribuyen al contenido proposicional de la oración. Consideremos las siguiente oraciones:

(7) Torturaste a esa persona lentamente.

(8) Torturaste a esa persona.

Decir (7) no es lo mismo que decir simplemente (8), porque en (7) se está proporcionando información adicional que describe un hecho que no se proporciona en (8). En otras palabras, la palabra “lentamente” en (7) contribuye semánticamente con el modo de realizarse el verbo (lentamente). Para Ayer, si bien las palabras “lento” y “rápido” tienen distintos significados, comparten la misma función: proporcionar la propiedad.

Volvamos a las oraciones con expresiones morales. Como vimos, hay una diferencia entre el rol que juegan los términos morales y no morales en las oraciones. Si consideramos que la única contribución semántica es proposicional, entonces las expresiones morales no aportan nada al significado de las oraciones que lo contienen. No obstante, vemos que las oraciones (5) y (6) son diferentes en algún sentido. La contribución al significado (de forma no proposicional) de la palabra “mal” en (5) sería la misma que la palabra “diablos” en la oración (9) ‘¿Qué diablos es el emotivismo?’ (Schroeder, 2010: 22). En esta última oración, la palabra “diablos” no contribuye con ninguna descripción fáctica, ni un objeto, ni una propiedad. Dicha palabra simplemente añade una especie de exclamación a la pregunta “¿Qué es el emotivismo?”. Entonces, decir (5) “torturar personas está mal” sería como decir “¡Torturar personas!” o “Torturar personas, boo!”. Como mencionamos, la diferencia está en que los términos morales expresan ciertas actitudes como desaprobación. Por ello, no hay diferencia entre utilizar términos morales como “malo” y utilizar alguna exclamación que expresa disgusto como “boo” o “ew”.

El argumento de Ayer puede ser reconstruido de la siguiente forma:

  1. Una oración es significativa (puede ser verdadera o falsa) sólo si es verificable.
  2. Una oración es verificable sólo si es analítica (verdadera en virtud de su significado) o empíricamente comprobable.
  3. Las oraciones éticas no son analíticas o empíricamente comprobables

/∴  Las oraciones éticas no son verificables (2-3)

/∴Las oraciones éticas no son significativas.  (4-1)

¿Cuán plausible es el emotivismo de Ayer? Su versión del no-cognitivismo parece ser muy cruda: prima facie, el lenguaje moral es usado de formas muy distintas como se usan expresiones como “boo” y “hurrah”. Por ejemplo, los desacuerdos morales son prevalentes y considerados como muy importantes por quienes los tienen. Si las discusiones sobre la moralidad de la tortura se redujeran a “torturar !boo !” contra “tortura !hurrah!”, sería difícil explicar por qué las personas creen que sus desacuerdos son genuinos y que sus opiniones morales deben de contar con algún tipo de justificación. Según Schroeder, la posición de Ayer se considera exagerada, justamente porque al parecer Ayer trata de colocar ejemplos más exagerados de lo que realmente piensa para poder ilustrar mejor el emotivismo. Esta actitud se debe a que en aquella época todavía no era una corriente reconocida fuera del habla inglesa (2010: 30).

La propuesta de Stevenson

Precisamente una de las adiciones de la teoría de Stevenson es una explicación del desacuerdo moral y del rol del lenguaje moral en las interacciones sociales. Para Stevenson, las expresiones morales no se refieren a hechos, sino que buscan influenciar al oyente a hacer algo. Por ejemplo, cuando una persona le dice a otro (10) ‘No deberías torturar’, el objetivo del hablante no es solo hacerle saber que él desaprueba torturar, sino que intenta que el oyente también desapruebe robar. De este modo, la expresión moral tiene una fuerza casi-imperativa que opera a través de la sugerencia, que le permite influir y modificar los intereses de su oyente (Stevenson, 1937:19). 

¿En qué consiste esa fuerza cuasi imperativa? Los términos éticos constan tanto de componentes descriptivos, sean los estados mentales del hablante, como los componentes imperativos, sobre una orden sin valor de verdad como ‘Desaprueba esto’. Estos imperativos, aunque no se pueden demostrar su contenido, sin embargo, pueden cambiar el comportamiento del oyente. Así, pueden lograr su objetivo al expresar el imperativo, pero ante posibles dudas que se generen, se apoyarían de las premisas de los juicios éticos, pues estas describen la situación o refuerzan con razones (Rengifo 2013: 124). De este modo, el hablante señala las consecuencias de la acción, que sospecha que el oyente desaprueba. Esas razones, a partir de las cuales se producen las oraciones morales, son solo medios para facilitar la influencia. Si el oyente no desaprueba la tortura, el hablante sentirá que no lo convenció de que torturar está mal (Stevenson, 1937: 19). De esta manera, las oraciones morales no solo describen intereses, sino que dirigen sus intereses.

Según Stevenson, “[l]os términos morales son instrumentos utilizados en la complicada interacción y reajuste de los intereses humanos” (Stevenson, 1937: 20). Esto se evidencia cuando, por ejemplo, se observa que comunidades separadas tienen diferentes actitudes morales, mientras que al interior sus miembros comparten actitudes similares. Así se explica por qué las personas de un grupo se influyen mutuamente a través de elogios o desaprobaciones. Es decir, se ejerce una influencia social a través de las palabras. De tales palabras, los términos morales facilitan dicha influencia, pues su uso es adecuado para la sugerencia y son un medio para conducir las conductas de los hombres (Stevenson, 1937: 21). Con ello, surgen las siguientes preguntas: ¿cómo las sentencias morales adquieren el poder de influenciar a la gente? y ¿cómo se relaciona esta influencia con el significado de los términos morales? Para responder dichas preguntas, se tiene que hacer un paréntesis y profundizar en el significado de las expresiones morales, el cual es simultáneamente descriptivo y normativo.

Stevenson menciona que existen dos propósitos del uso del lenguaje: descriptivo y dinámico (1937: 21). El primero hace referencia al uso de las palabras para registrar o comunicar creencias como, por ejemplo, que el agua está formada por dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno. El propósito es que quien oye pueda creer lo que dice. Este uso permite el significado descriptivo donde un signo permite producir procesos mentales cognitivos, tales como pensar, creer, suponer.

Por otro lado, en el uso dinámico, las palabras sirven para expresar sentimientos o para incitar a la gente a acciones o actitudes. Además, “[e]l significado emotivo de una palabra, que es la tendencia de la palabra, que surge a través de la historia de su uso, produce respuestas afectivas en las personas” (Stevenson, 1937: 23). Algunos ejemplos de palabras con significado emotivo son ‘democracia’, ‘libertad’ y ‘cultura’. Estas despiertan en los hablantes emociones y actitudes. El uso dinámico de una expresión suele depender de manera especial de su significado emotivo. Por eso, cuando uno utiliza dinámicamente una expresión muy diferente del significado emotivo causa confusión. Tomemos como ejemplo las siguientes oraciones:

(11) Pedro es un serrano.

(12) Pedro es un chico de la sierra.

Ambas oraciones tienen el mismo uso descriptivo, pero distinto significado emotivo. La primera oración puede tener un uso dinámico positivo. Como tal uso difiere mucho de su significado emotivo, puede generar malestar en los oyentes. Ciertas palabras por su significado emotivo son más adecuadas para el uso dinámico. Cuanto más pronunciado es el significado emotivo de una palabra, el hablante lo usa menos de manera descriptiva. En el ejemplo, la palabra ‘serrano’, el significado emotivo de la palabra muy probablemente ocasionará incomodidad en María. El uso de la expresión ‘de la sierra’, aunque descriptivamente sea un sinónimo, no generará tal malestar. 

La diferencia entre ambos usos depende del propósito del hablante. Sin embargo, aquellos propósitos son complejos y no se pueden diferenciar con claridad. Así, por ejemplo, al decir (13) ‘Quiero que cierres la puerta’ descriptivamente el hablante quiere llevar a que el oyente crea que tiene esta necesidad, pero dinámicamente significaría que busca que el oyente satisfaga esa necesidad: que cierre la puerta. Hay que recordar la influencia de la teoría de los actos de habla de Austin para entender los dos niveles que distingue Stevenson aquí: no solamente se expresa locutivamente un deseo, sino que además se quiere (ilocutivamente) lograr causar un efecto en el receptor de la información -siendo este un plano perlocutivo.

Para el análisis moral, se evidencia la importancia de la relación entre los significados descriptivo y emotivo porque entran en un juego mutuo de influencia (Rengifo 2013: 113). En este sentido, Stevenson señala que, para comprender el significado de un término moral, se debe saber su significado descriptivo y emotivo. Así, la oración ‘X es bueno’ significa aproximadamente lo mismo que oraciones de la forma: ‘Yo apruebo 𝑋; hazlo tú también’. Esta definición tiene dos partes. La primera, que es ‘Apruebo esto’, es un enunciado que contiene un elemento descriptivo, pues indica la actitud y estado mental del hablante. La segunda parte, ‘Apruébalo tú también’ contiene un elemento imperativo que, a través del significado emotivo, trata de cambiar o reafirmar la actitud del oyente en tanto que promueve una sugerencia. Por tanto, los enunciados éticos sirven para ejercer influencia en las discusiones y lo pueden realizar con una función directiva.

Además, se debe considerar que la palabra “bueno” tiene un carácter persuasivo, pues tiene un significado emotivo agradable que se ajusta fácilmente al uso dinámico de sugerir un interés favorable (Stevenson, 1937: 26). Sin embargo, Stevenson plantea que es imposible definir en qué consiste el significado emotivo de ‘bueno’ sin distorsionar su significado emotivo, ya que, si dos palabras no tienen el mismo significado emotivo, solo puede haber aproximaciones entre ellas. Para el caso de “bueno”, podría ser “deseable” o “valioso”.

Stevenson plantea una descripción general aproximada del uso moral de “bueno”, según la cual entra a tallar un tipo de aprobación más fuerte que el que involucra su uso no-moral: “Cuando una persona aprueba moralmente algo, experimenta una rica sensación de seguridad cuando prospera; y se indigna, o se «escandaliza» cuando no lo hace” (1937: 25). Las personas que reconocen que x es bueno, deben, por ejemplo, adquirir ipso facto una tendencia más fuerte a obrar de conformidad con x de la que hubiesen tenido de otro modo.

Sobre el desacuerdo de intereses éticos, cuando uno dice: ‘Esto es bueno’ y otro dice ‘Esto es malo’, se habla de un caso de sugerencia y contrasugerencia. Cada quien trata de redireccionar el interés del otro. Los enunciados morales cumplen la función de expresar las actitudes del hablante y dirigir indirectamente las actitudes del oyente. Cuando aparece un desacuerdo sobre la actitud, las razones sirven de apoyo a los juicios, cambiando aquellas creencias que pueden modificar la oposición (Rengifo 2013: 124). Así, las creencias, que no tiene una función importante en los juicios éticos, sí son centrales en la argumentación ética.  Existen dos clases de métodos para cambiar las actitudes: los métodos racionales y los métodos no racionales. Los primeros buscan cambiar las actitudes por medio de cambios en las creencias y los segundos lo hacen apelando a la exhortación o persuasión emocional (2013: 125).

La propuesta de Hare

Una de las preocupaciones principales del no-cognitivismo de Hare es vindicar el rol de la argumentación racional en el discurso moral. Su principal objeción contra Stevenson era que “la sugerencia de que la función de los juicios morales es persuadir lleva a la dificultad de distinguir su función de la mera propaganda” (Hare 1952:15). Contra el emotivismo de Ayer y Stevenson, Hare busca hacer un análisis lógico del lenguaje que permita distinguir reglas formales de la argumentación moral.

El primer paso de la estrategia de Hare es demostrar que existe similitud entre los juicios de valor y el modo imperativo del lenguaje. De esta manera, plantea que quien acepta un juicio de valor se compromete a un curso de acción del mismo modo que se comprometería a aceptar una orden. Así, el modo imperativo y las expresiones morales tienen la misma función de prescribir las acciones que debe tomar un sujeto (Mothersill, 1954: 24-25; Rengifo 2013: x). Además, Hare sostiene que ni la función semántica de los imperativos ni la de las expresiones morales son expresar las emociones, sentimientos o actitudes del hablante. Por ejemplo, un paso a seguir en una receta de cocina o la orden de un capitán en el ejército no tienen dicha función. En ese sentido, Hare se distancia muy notoriamente de las propuestas emotivistas clásicas. Para ello, va a proponer un criterio para distinguir al lenguaje descriptivo del prescriptivo que no apela a la carga emocional del segundo.

El lenguaje prescriptivo tiene la finalidad de desencadenar la acción del receptor y orientarla. Hare señala que el lenguaje moral es prescriptivo, pues aquello que realmente manifiesta los principios morales de una persona son sus acciones y no la enunciación de estos principios (Hare, 1952: 2). El lenguaje prescriptivo tiene dos categorías. Una de estas son los imperativos, los cuales son su forma más simple. La otra se vincula con los juicios de valor, que son su forma más compleja. Por un lado, los imperativos pueden ser singulares o universales, mientras que los juicios de valor pueden ser morales o no morales. De este modo, se afirma que un imperativo singular sería (14) ‘No fumes’ y un imperativo universal sería (15). ‘Nunca fumes en este sitio’. Por otro lado, un ejemplo de juicio de valor no moral sería (16) ‘No debes fumar’, mientras que un juicio de valor moral sería (17) ‘Debes evitar los vicios’ (Hare 1952: 3). Como se puede evidenciar, Hare reconoce que, cuando un imperativo es sincero (o es utilizado cotidianamente), el emisor se propone que el receptor lo cumpla. Sin embargo, esto no siempre es así, ya que los procesos de decirle a alguien que haga algo y los de lograr que lo haga son muy distintos entre sí desde el punto de vista lógico. 

Además, acerca de los imperativos, Hare menciona el siguiente principio: ‘‘No se puede extraer válidamente ninguna conclusión en imperativo de un conjunto de premisas que no contenga por lo menos una premisa en imperativo” (Rengifo 2013: 185). Por último, al momento de tomar decisiones, recurrimos a principios lógicos en los que la premisa mayor debe ser un imperativo y las premisas menores deben ser indicativos. Esto se justifica en el hecho de que no podemos predecir todas las consecuencias de nuestros actos. La conclusión es un imperativo que se traduce en una acción. Ejecutar una acción es guiarse por un principio de conducta o un juicio de valor. 

Por otro lado, los imperativos universales o principios son necesarios para justificar nuestras decisiones, ya que sirven como un recurso de predicción sobre las posibles consecuencias de nuestros actos, pues pueden ser utilizados para enfrentar casos típicos. De esta forma, “los juicios de valor describen el imperativo universal y sirven para evaluar o prescribir su aplicabilidad a una decisión determinada. Formular un juicio de valor es decidir si queremos que un imperativo sirva como ley universal” (Rengifo, 2013: 189).

Para Hare, son justamente los principios los que vinculan a los imperativos con los juicios de valor. Cuando una persona formula un juicio de valor, está adoptando una decisión sobre un principio; es decir, “los juicios de valor consisten en decidir si un principio es aplicable a un caso o si tiene excepciones” (Rengifo 2013: 189). Si bien las personas han aprendido que los principios son aplicables a sus problemas cotidianos, los cambios socioculturales pueden hacer que nuevos factores, que las personas no habían considerado para dichos problemas, se vean involucrados. En este sentido, los juicios de valor “…describen el imperativo universal en cuestión; sin embargo, en parte también, sirven para evaluar o prescribir su aplicabilidad a una decisión determinada. Formular un juicio de valor es decidir si queremos que un imperativo sirva como ley universal” (Rengifo 2013: 189).

Además, Hare plantea que los juicios de valor tienen dos significados. Por un lado, tiene un significado evaluativo (primario), ya que su función básica es encomiar o prescribir. Por otro lado, tiene un significado descriptivo (secundario), que consiste en algún tipo de criterio o pauta de elección. La combinación de los dos significados les dan un carácter universal a los juicios de valor. La universalidad de los juicios de valor  refiere a que, si los juicios de valor permiten a una persona aceptar o rechazar un principio en una determinada situación, esta persona está comprometida a aceptar o rechazar el mismo principio en una situación igual o similar en el futuro (Rengifo 2013: 195).

Conclusión

El no-cognitivismo clásico es una posición metaética que consiste en la conjunción de tres postulados: En primer lugar, los juicios morales expresan actitudes no-cognitivas como sentimientos, recomendaciones o prescripciones como, por ejemplo, el emotivismo (Stevenson y Ayer) o el prescriptivismo (Hare). En segundo lugar, los enunciados morales son no-descriptivos y por ello no se puede evaluar su valor de verdad o falsedad. Ni el pensamiento moral ni el lenguaje moral son proposicionales. Su contenido no es (únicamente/principalmente) veritativo-condicional. En tercer lugar, de lo anterior, se desprende que si no hay verdad, entonces no puede haber conocimiento. Por tanto, los juicios morales no son objeto de conocimiento moral.

El hecho de que las expresiones y pensamientos morales no tengan contenido proposicional significa que no tienen un valor de verdad (no son verdaderos ni falsos), pues el punto de ellas es la acción y no la verdad. Asimismo, utilizan las funciones del lenguaje, la psicología y teoría de la mente tanto para explicar sus postulados como el modo según el cual funcionan los juicios morales.

El no-cognitivismo entra en la escena filosófica con el emotivismo de Ayer, el cual trata de eliminar cualquier contribución significativa del lenguaje moral. Si bien la postura de Ayer es excesivamente radical, recoge el importante dato de que el lenguaje moral parece tener una estrecha conexión con nuestras actitudes de aprobación o desaprobación. Posteriormente, Stevenson enmienda al emotivismo centrándose en la función persuasiva  del lenguaje moral . Hare, por otro lado, inaugura una versión del no-cognitivismo distanciada del emotivismo al centrarse en las propiedades formales del lenguaje prescriptivo. Así, podemos ver que desde sus inicios el no-cognitivismo fue una familia de posturas que alberga a varias posiciones sumamente dispares.

Bibiografía

Ayer, A. (1952). Language, truth and logic. Dover publications, INC.

Braithwaite, R. (1954) The Language of Morals. by R. M. Hare. Mind, 63, (250), 56 – 63. https://www.jstor.org/stable/2251263

Mothersill, M. (1954). The language of morals by Hare. The Journal of Philosophy, 51, (1), 24-28. https://www.jstor.org/stable/2021325.

Rengifo, M. (2013) Filosofía moral. Universidad de los Andes.  http://www.jstor.com/stable/10.7440/j.ctt18crz9w.

Schoroeder, M. (2010). Noncognitivism in ethics. Routledge.

Stevenson, C. (1937). The Emotive Meaning of Ethical Terms. Mind, 46, (181), 14-31. https://www.jstor.org/stable/2250027

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